Esta mañana, al encender el móvil, me he encontrado con un mensaje de mi hermana: “Ahhh…menos mal…que noche más mala he pasado. Estoy al límite emocionalmente”. Esto lo ha escrito después de leer mi mensaje en el que le decía que la noticia que me había enseñado el día anterior era falsa.
Mi hermana había recibido por WhatsApp una noticia de tono apocalíptico en la que un renombrado científico y premio Nobel alertaba de que el coronavirus era una creación de laboratorio. También advertía de que su vida corría peligro por estar informándonos de ello. Para dar más credibilidad a lo anunciado, se adjuntaba una referencia del científico en Wikipedia. Por supuesto, no había referencia alguna al artículo o fuente donde él lo dijera en primera persona. Y ese fue el argumento que di a mi hermana para que se tranquilizara: “Si no hay fuente que lo confirme, no te creas ni que hoy es lunes”.
Por suerte no me llegan muchas de estas publicaciones, o será que no les presto atención. Pero el mensaje de mi hermana me hizo pensar en los millones de personas que duermen mal por culpa de estas malditas noticias.
En una de las clases de Medicina que necesitas hacer para ejercer como Kinesióloga en Suiza, aprendí que la enfermedad aparece por la confluencia de varios factores. Estar en contacto con un patógeno no es condición suficiente para caer enfermo. Hay otra serie de condiciones a tener cuenta como, por ejemplo, la fortaleza del sistema inmunitario de la persona. Este último se ve influenciado, entre otras cosas, por el estado de ánimo y, cómo no, por el grado de preocupación. Vivir en estado de alarma provoca que el cuerpo segregue adrenalina y cortisol, y si este estado se prolonga en el tiempo, tu sistema inmunitario se puede llegar a debilitar. Así que cuando me toca vivir tiempos difíciles, me digo como si de un mantra se tratara: “solo la preocupación me pondrá enferma”. Y rápidamente me ocupo de desviar mi mente a otro lugar, a un lugar menos gris y demoledor. Entre otras cosas porque adoro estar sana.
Uno no puede evitar angustiarse en determinadas situaciones. No negaré que este es un momento de gran incertidumbre para todos, pero se puede elegir entre estar todo el día alimentando el alarmismo o tratar de poner a régimen ciertos pensamientos. Si optas por lo primero, te recomiendo ver todos los programas de televisión que hablen del coronavirus o leer noticias catastrofistas en tus redes sociales: así tendrás preocupación de primera clase garantizada.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, la cuestión es que esta mañana, tras leer su mensaje, he llamado a mi hermana para ver qué tal se encontraba. Estaba algo mejor, aunque seguía intranquila. Con intención de animarla y hacerle ver lo contraproducente que es leer esas divulgaciones, le he contado algo que suele dar buenos resultados con mis clientes y, afortunadamente, con ella también ha funcionado.
Lo malo de las preocupaciones es que la mayoría de ellas se deben a problemas que todavía no existen y así, es muy difícil ocuparse de lo que tenemos que resolver para poder tranquilizarnos. Porque, ¿qué es lo que tenemos que resolver exactamente? Preocuparse de algo imaginario desgasta bastante más que ocuparse de algo real. Y es que, cuando tienes un problema real, tienes al enemigo de cara: tiene forma, existe y lo tienes delante de ti. En ese caso, solo hay dos posibilidades: o lamentablemente no tiene solución, o sí que la tiene y ya tienes algo concreto de lo que ocuparte.
Pero cuando lo que tienes son preocupaciones por hipotéticos problemas, lo que obtienes es, dependiendo de tu grado de creatividad y dramatismo, un sinfín de problemas reales en tu mundo interior imaginario. Tu cerebro trabajará a toda máquina calculando el millón de posibles situaciones que se puedan dar y todas las estrategias para resolverlas. Y eso sí es agotador. Puedo asegurarte que para cuando llegue tu problema de verdad, si es que llega, estarás extenuado o en el peor de los casos enfermo.
A mí, esto que acabo de contar, me motiva lo suficiente como para alejar a mi mente de las preocupaciones en la medida de mis posibilidades. Entiendo que el miedo nos empuja a querer controlar las situaciones, pero a mí aún me da más miedo imaginarme agotada o enferma en una situación de emergencia. Por esta razón, leo el diario lo justo para estar informada (o desinformada), no leo noticias alarmantes en mis redes sociales y no veo programas que me ponen de mal humor y me estropean el día. En cambio, me ocupo de lo que sí está en mis manos: tomar medidas para prevenir el contagio o su propagación, tener rutinas saludables, mejorar mis habilidades y tratar de mantener el mejor ánimo posible.
Reflexiona un poco sobre lo que has leído y dime si prefieres alimentar tu preocupación o tu buena salud. Bastante tienes con lo que tienes, como para añadir ruido innecesario a tu cerebro. Hazte consciente de que al leer y al difundir ese tipo de publicaciones estás contribuyendo a empeorar no solo tu estado de ánimo y tu salud, sino también el estado de ánimo y la salud de los demás. La próxima vez que te encuentres ante una noticia así, no la abras, por favor: tú y tus amigos dormiréis mucho mejor.